lunes, 12 de diciembre de 2011

Licor de cerezas del Valle del Jerte

"Recuerdo con nostalgia solemne aquellos tiempos. Familiares y amigos visitaban mi guarida con las manos vacías. Sí... Solamente ellos y sus manos vacías." 


Comprendo que percibáis un halo de abyecta ingratitud en la declaración expuesta, pero... En realidad, esa dadivosidad ardiente, esa generosidad que es bandera de quienes me agasajan; esa esplendidez que a primera vista se nos muestra como una costumbre digna de agradecimiento no ha hecho sino clavar en mi circunstancia problemas cuya resolución requiere de mí con frecuencia la ejecución de actitudes rayanas en la zafiedad que, francamente, no estoy acostumbrado a adoptar.

Debo aclarar que casi todas esas personas me traen cosas cuya supuesta carga sentimental es el único valor que atesoran... Ya sabéis: mobiliario en desuso, electrodomésticos obsoletos, hachas de antepasados ilustres. Enseres que hacen escala fugaz en mi nido, penúltima estación de su travesía rumbo al vertedero.

Pero mi amiga Rocío Kissinger siempre ha sido la excepción. Ella suele presentarse en mi casa cargada de comida. Con el semblante aún arrebolado por su más reciente inmersión en las marismas de la horticultura, y con la mejor de las intenciones, quién podría dudarlo, atraviesa los umbrales de mi hospitalidad transportando no sólo sus augustos tirabuzones azafranados, sino también veinticinco kilos de berenjenas, pimientos, membrillos, tomates gigantescos... y, cómo no, ese pendenciero saco de cerezas cuyo almacenamiento en mi maldita despensa desafía sistemáticamente aquellos conocimientos que en su día adquirí acerca de la geometría elíptica.

Un día de diciembre, Rocío llegó a mi casa con su precioso huerto a cuestas una vez más. Yo estaba enfermo, de modo que no pude retribuir con expresiones de afecto basadas en el contacto físico su excelsa generosidad. Estuvimos hablando un buen rato acerca de las epidemias otoñales... Y, de pronto, sucedió lo inevitable.

Qué hacer cuando alguien te regala muchísimas cerezas

-¿Qué hiciste con todas aquellas cerezas que te traje en junio?

Soy géminis y me considero extraordinariamente bien dotado para las artes escénicas; sin embargo, cuando Rocío clavó aquella tarde en mis ojos su deslumbrante mirada color miel, mi mente se quedó en blanco.

-¿Las tiraste?
-No, mujer... 
-Las tiraste, cabrón.
-Bueno, quizá unas pocas.
-¿Te haces llamar "cocinero" y no sabes dar uso a unas condenadas cerezas? 

Ella tenía razón, aunque solo parcialmente. En efecto, había desechado meses atrás la mayor parte de aquellos rubíes silvestres porque, debido a mis frecuentes e implacables arranques de holgazanería, andaban ya casi todos pudriéndose en el costal. Yo no soy capaz de comer tantas cerezas, por Dios; al final me veo obligado a utilizarlas para hacer salsas y fabricar mermelada... Y hay que tener en cuenta que la práctica totalidad de las preparaciones fundamentadas en este fruto, dulces o saladas, exigen de nosotros el farragoso trabajo consistente en deshuesar las joyitas. Para tal menester existe un aparato muy útil que por razones inescrutables fue bautizado con el nombre "Quitahuesos", sí; pero ni siquiera este artefacto nos evita experimentar la contingencia no siempre festiva de extraer los huesos de las cerezas uno por uno. 

Utilicé la argumentación que acabáis de leer como excusa. Cierto, no era mi día más lúcido, pero recordad que estaba enfermo. Y Rocío parecía tan disgustada... 

-Tío, esas cerezas eran del Valle del Jerte.
-Ah... 

El Valle del Jerte según Rocío Kissinger


Me contó Kissinger que cada año, a mediados de marzo, ese territorio conocido como Valle del Jerte se viste misteriosamente de blanco radiante. En el interior de la siempre austera Extremadura, un manto de nieve aromática anuncia la llegada de la primavera. Florecen los cerezos y una esponjosa nube aborregada se extiende entre los montes.

-Las cerezas y picotas se recogen en junio -continuó mi amiguita-. Y ¿sabes? Todos los jerteños tienen algo que ver con los cerezos y sus frutos... Las cerezas del Valle del Jerte son algo más que un producto agrícola: representan el alma de un territorio. Y vas tú y las tiras.
-Está bien, no volverá a suceder.
-Por supuesto que no, porque nunca más te regalaré cerezas.
-Sí que lo harás. Volverás en junio con más cerecitas. Y te prometo que esta vez valoraré el obsequio en su justa medida. 

Licor de cerezas del Valle del Jerte

Al año siguiente, mis vaticinios fueron refrendados. Rocío llegó a mi casa con muchas cerezas el día de mi cumpleaños, y en esta ocasión su presente vino envuelto en miradas desafiantes. "Volveré en Navidad", dijo al marcharse... Y de inmediato saqué del armario mi uniforme de hechicero. 

Deshuesé con indisimulado fastidio un kilo de aquellas cerezas y procedí a triturarlas con la ayuda de un sencillo aparato creado para tal propósito. Deposité la pasta obtenida en un recipiente y la cubrí con un paño de seda. Allí permaneció durante tres días, en un lugar fresco y oscuro.

Transcurrido ese tiempo, añadí al puré idéntica cantidad de aguardiente de orujo, y confiné la mezcla resultante de modo hermético en una vasija de vidrio. Leí que allí y en ese estado debía permanecer la poción durante dos meses. Así fue... Bueno, reconozco que en mitad de aquel poceso caí en la tentación de probar el producto..., para sencillamente constatar que aquella cosa sólo podría servir en ese momento para combatir plagas de insectos e incluso para el exterminio de pequeños mamíferos. 

Una vez cumplida la maceración, procedí a filtrar el alcohol. Ya olía bien, pero esta vez eche mano de la paciencia. Incorporé al brebaje un básico almíbar, es decir, un jarabe de agua y azúcar cocido muy delicadamente. Hecho esto, introduje la mezcla en una botella esterilizada y esperé otros 15 días más antes de consumir el resultado de mi frondosa alquimia. 

Sólo diré una cosa: pocos minutos después de paladear señorialmente el resultado del experimento me di cuenta de que estaba hablándole a mi perro en verso.

Cuarenta y ocho horas más tarde llegó Rocío Kissinger a mi casa. Bebimos licor de cerezas...




4 comentarios:

María Sánchez dijo...

Querido amigo:

Siempre que leo tus textos me debato entre la admiración más profunda, la sonrisa sincera y la gula más rabiosa, pero ¡qué demonios! ¿Por qué elegir?

Sólo una palabra: Maravilloso.

Una efusiva expresión física de afecto (jajajaja... eres tremendo)

Antonio del Olmo dijo...

Admiración correspondida, María.

Si alguna vez tienes la oportunidad y las ganas de elaborar tu propio licor de cerezas, ya sabes... Mucha cautela, o convertirás tu superblog "Apaga y vámonos" en un romancero...

Jorge Romero Gil dijo...

Hola Antonio,

Si no me equivoco creo que el sake se hace con cerezas, así que lo que degustateis -tu amiga y tú- debía ser algo así como "sake extremeño", imagino que como colofón a otras degustaciones.

Un saludo

Antonio del Olmo dijo...

Saludos, Jorge.

Siempre he pensado que el sake se hacía con arroz, pero seguro que existen diferentes variedades, como tú explicas. En cualquier caso, todavía me pregunto cómo no se me ocurrió a llamar al mi licorcito "sake extremeño". Ahora la patente es tuya...